ME DESAHOGO. BLOGSPOT.COM

lunes, 10 de febrero de 2020

jodienda sin enmienda

Las diez mejores novelas eróticas

Sade no ha sido el único en convertir la sensualidad en su protagonista. Junto a su «Juliette» destacan títulos «habituales» –«El amante de Lady Chatterley», «Ada o el ardor»– y otros menos conocidos, como «El erudito de las carcajadas»


Actualizado: Guardar

«El amante», de Marguerite Duras (1984)
El amante es una obra autobiográfica que rememora una aventura erótica de la autora, cuando tenía quince años y vivía en Indochina, con un hombre chino culto, refinado y adinerado. Ambos se encuentran en el transbordador que cruza el río Mekong, cuando ella lleva un vestido de seda casi transparente y él la observa desde su lujoso coche europeo. Enseguida la niña descubre que puede hacer lo que quiera con su amante, que jamás le querrá, que le hará sufrir, y se lo dice; él llora y responde que ya lo sabía. Pero son también maravillosas las páginas en las que la autora describe su atracción por una compañera del pensionado donde ambas viven, la bella Hélène Lagonelle, cuyos senos son imposibles de olvidar.
«Entre las cosas más bellas creadas por Dios, está ese cuerpo de Hélène Lagonelle, incomparable, ese equilibrio entre la estatura y la manera en que el cuerpo sostiene los senos, fuera de él, como algo aparte.»
El amante, Marguerite Duras. Tusquets, 1984. 152 páginas, 12,50 euros.
«En brazos de la mujer madura», de Stephen Vizinczey (1966)
Vizinczey es una especie de enigma literario; En brazos de la mujer madura, una novela inolvidable, y su «Decálogo del escritor», uno de los más brillantes que conozco, pero su otra novela, Un millonario feliz, a pesar de las alabanzas de Graham Greene y Anthony Burgess, resulta bastante convencional y se parece dolorosamente a un best seller.
En brazos de la mujer madura se presenta como las «memorias galantes» de András Vajda, que ya desde la más tierna infancia se siente atraído por las mujeres de mediana edad y parece inspirar en ellas, también, una pasión y una ternura incontrolables. Adolescente apasionado y sensual, pronto se desengaña de las jovencitas y decide dedicar sus dotes de seducción a las mujeres de más de treinta años. La novela es, en realidad, una colección de aventuras amorosas que comienza en Hungría en la Segunda Guerra Mundial y termina en Estados Unidos en los años sesenta. Ha sido llevada al cine varias veces.
«Por debajo de la bata, ahora abierta, abracé su cuerpo caliente. Por fin había llegado a puerto. Sin dejar de besarme, ella retrocedió hacia el dormitorio de la cama deshecha...»
En brazos de la mujer madura, Stephen Vizinczey. RBA, 2007. 256 páginas, 5,50 euros.
«La lozana andaluza», de Francisco Delicado (1528)
Dos Aldonzas hay en la literatura española: la desconocida labradora sobre la cual fabricó Don Quijote a su Dulcinea, y la Aldonza cordobesa, mujer bellísima, gran cocinera y mejor amante, que será prostituta en Roma y protagoniza la increíble novela, o prenovela, de Francisco Delicado. Descendiente de La Celestina, La lozana no es aún una novela, aunque en su búsqueda de soluciones narrativas, en esa tierra de nadie que precede al Lazarillo, es infinitamente ingeniosa.
Aunque, al parecer, nadie lo leyó en el Siglo de Oro (porque nadie lo menciona), es uno de los libros más singulares y divertidos de la literatura española. La lozana andaluza reproduce con una viveza excepcional el habla coloquial, llena de refranes, bromas, vulgaridades y equívocos. Todos sus personajes son maestros del lenguaje, mezclan los idiomas (el catalán, el italiano) y juegan con las palabras con una fruición y delicia similares a los que obtiene la lozana de sus amantes, y sus amantes de ella.
«Dormido se ha. En mi vida vi mano de mortero tan bien hecha. ¡Qué gordo que es! Y todo parejo.»
La lozana andaluza, Francisco Delicado. Cátedra, 2007. 520 páginas, 12,30 euros.
«El erudito de las carcajadas. Jin Ping Mei» (principios del siglo XVII)
¡Cuántos problemas causó a los estudiosos chinos El erudito de las carcajadas! Algunos se empeñaron en demostrar que los pasajes eróticos son un añadido posterior, lo cual no era cierto, y el libro se publicó muchas veces expurgado. ¿Qué hacer con este gran clásico, que es uno de los «cuatro libros extraordinarios» pero está lleno de obscenidad y vulgaridades? Por supuesto, para nosotros las increíbles proezas amatorias de Ximen Qing son uno de los mayores atractivos de esta gran novela de más de dos mil páginas que era la favorita del presidente Mao.
Se trata de una obra enormemente explícita no sólo en sus escenas sexuales, de una franqueza sorprendente, sino también en su retrato del dinero y del papel que juega en la sociedad de fines del siglo XVI. Es este un mundo corrupto y cínico donde todo tiene su precio: los cargos públicos, la salvación, el amor, una viuda. Las descripciones eróticas son al tiempo muy materiales (el escozor es un tema recurrente) y profundamente poéticas.
«La mujer se deshizo de sus vestidos. Ximen Qing la acarició con su mirada y observó que en su pubis no había ni un solo pelo; era claro y fragante...»
El erudito de las carcajadas. Jin Ping Mei, Varios Autores. Atalanta, 2011. 1180 páginas, 48 euros.
«Juliette», del marqués de Sade (1801)
Si Rousseau fue el inventor de la «identidad sexual» e identificó el amor a la mujer como un amor a la naturaleza, Sade afirmó que es la fuerza, no el amor, lo que mueve el mundo. No tan célebre como la novela dedicada a su hermana Justine, Juliette o Las prosperidades del vicio (1797) es la narración más extensa de su autor. Dado que todos los moralistas son (necesariamente) inmorales, no deben extrañarnos los subtítulos de ambas obras (el de Justine es, en espejo, Los infortunios de la virtud).
Al igual que Justine, Juliette es una obra fascinante, maravillosamente escrita, delirante, insoportable en su inconcebible acumulación de crímenes sexuales, torturas y asesinatos. La mezcla de salvajismo con un lenguaje maravillosamente refinado y elegante resulta embriagadora.
«‘‘¿No es cierto, ángel mío –dice Clairwill besándome el pecho–, que dos mujeres como nosotras deben entablar amistad excitándose mutuamente?’’ Y la bribona, mientras decía eso, introducía ya su lengua encendida en mi boca...»
Juliette o Las prosperidades del vicio, Marqués de Sade. Tusquets, 2009. 976 páginas, 29 euros.
«El amante de Lady Chatterley», de D. H. Lawrence (1928)
Existen tres versiones de Lady Chatterley, un libro que siempre ha estado rodeado por un aura de escándalo. La tercera, la definitiva y la mejor de las tres, no se publicó completa hasta 1960. En El amante de Lady Chatterley Constance pierde la virginidad antes de casarse y más tarde, ya con su marido paralítico, toma con soltura un amante con el que tiene una larga relación antes de su mítico encuentro con el guardabosques. El marido comienza a escribir y a hacerse un nombre en el mundo literario, mientras que el amante, Oliver Mellors, es un oficial retirado no exento de refinamiento.
En La segunda Lady Chatterley, una versión que tampoco llegó a ver la luz en su tiempo, todo es más crudo y más brutal. Clifford es un aristócrata a la antigua usanza y Connie, la señora Chatterley, casi una virgen cuando se encuentra con el guardabosques, un hijo de mineros sin educación formal, de modo que la diferencia social entre ambos es enorme. Un canto a la vida, a la naturaleza y al instinto.
«Su voluntad parecía haberla abandonado por completo. Entonces algo despertó en ella. Mientras él la penetraba, surgió una sensación extraña y emocionante en forma de descargas intensas como campanadas...»
El amante de Lady Chatterley, D.H. Lawrence. Alianza, 2012. 464 páginas, 10,90.
«Diario de un viejo loco», de Junichiro Tanizaki (1961)
Utsugi, un hombre de setenta y cinco años, se enamora locamente de Satsuko, la joven esposa de su hijo, cuyos pies le obsesionan de una forma enfermiza. Ella se ocupa de cuidarle, ya que está muy enfermo, y de este modo surge entre ellos una confianza algo equívoca que enseguida ella comienza a alimentar. La joven anuncia alegremente que nunca cierra la puerta cuando está en el baño. El anciano entra para poder contemplarla desnuda y le pide permiso para besarle los pies. Comienza así una de las historias de amor más extrañas y tristes de la literatura. A las puertas de la muerte, Utsugi encargará unas huellas de pies de piedra, similares a las huellas de los pies de Buda, moldeadas sobre los pies de Satsuko, para que las coloquen en su tumba y poder así yacer eternamente bajo los pies de su amada.
(Tanizaki es también autor de otra obra maestra de la literatura morbosa: La llave.)
«Poco a poco, mi boca fue resbalando hacia el tobillo. Para mi sorpresa ella no dijo nada, me dejó hacer. Mi lengua llegó al empeine, y de allí a la punta del dedo gordo. Arrodillándome, me metí en la boca los tres primeros dedos...»
Diario de un viejo loco, Junchiro Tanizaki. Siruela, 2014. 152 páginas, 17,95 euros.
«Ada o el ardor», de Vladimir Nabokov (1969)
«Ardor» suena en inglés casi igual que «Ada», como un «Ada» con las aes más largas, pero «Ada» significa además «infierno» (Hades) en ruso. El libro más bello jamás escrito (que me perdonen Cervantes y Proust) es una fiesta de la imaginación tanto como de la sensualidad.
Ada y Van no sólo son amantes, sino que (como los enmarañados capítulos iniciales nos dicen, aunque no nos demos cuenta) son además hermanos gemelos, por lo que su apasionada relación erótica va contra todas las leyes humanas y divinas. Su amor comienza cuando los dos son apenas niños, bellos, pedantes e insoportables, y dura hasta que son octogenarios. Ambos se son infieles, Ada porque es casi ninfómana, Van porque es un libertino adicto a los Floramores, una cadena de burdeles de lujo, aunque sabe resistir con éxito los ataques de su otra hermana, Lucette, que está desesperadamente enamorada de él.
«Sus labios tenían exactamente el mismo sabor que los de Ada en Ardis después de comer: epitelio salado, saliva azucarada, cerezas, café.»
Ada o el ardor, Vladimir Nabokov. Anagrama, 1990. 480 páginas, 18 euros.
«El jardín del Edén», de Ernest Hemingway (1986, póstuma)
Pocos libros comienzan de manera más feliz. En oleadas de frases envolventes Hemingway nos describe el paraíso: una joven pareja de recién casados que están de viaje de novios en la Camarga. El sol, la pereza, los paseos, el vino, el mar, la playa, los placeres de la pesca, del amor, de la escritura (el protagonista está escribiendo un relato sobre una cacería en África)... Aparece el tema de la androginia y de la ambigüedad sexual. Catherine se transforma a sí misma en un muchacho bronceado y con el pelo teñido de blanco y se enamora de la sensual Marita, con la que su esposo también comienza a vivir una aventura. La acción se mueve a Madrid, donde los personajes beben inconteniblemente, exploran su sexualidad y disfrutan hasta la extenuación del universo sensorial. Publicado póstumamente en 1986, El jardín del Edén es uno de los mejores libros de Hemingway.
«Se había cortado el cabello como un muchacho. ‘‘¿Lo ves?’’, dijo ella. ‘‘Esta es la sorpresa. Soy una chica, pero ahora soy un chico también y puedo hacer lo que quiera y lo que quiera y lo que quiera.’’»
El jardín del Edén, Ernst Hemingway. Debolsillo, 2010. 256 páginas, 8,95 euros
«Sexus», de Henry Miller (1949)
Los libros más famosos de Henry Miller son Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio y quizá su libro más hermoso sea El coloso de Marusi, un libro de viajes por Grecia que es también un himno a la vida y a la felicidad, pero recuerdo haber leído con estupor el primer volumen de su enorme trilogía, La crucifixión rosada, titulado Sexus (los otros se llaman Plexus y Nexus), y haber pensado que jamás había leído un libro en el que hubiera tanto sexo y se hablara tanto y con tanta elocuencia sobre el sexo.
El libro es muy largo y en parte autobiográfico (todo Miller lo es), se centra en la vida neoyorquina del autor antes de su famoso viaje a Europa y tiene partes oscuras y lúgubres, alcantarillas, abortos, tristeza urbana, pero contiene también inmensas escenas de sexo y muchos orgasmos y muslos que se enroscan alrededor del cuello y bellas reflexiones místicas sobre la vida y la literatura.

«Abrí un cajón del mueble que tenía al lado, saqué una vela y se la entregué. ‘‘A ver si puedes metértela entera.’’ Ella extendió la otra pierna sobre el brazo de la butaca y...»

No hay comentarios:

Publicar un comentario